Marisú Ramírez
Cuando una sociedad se enfrenta a una crisis radical como la que estamos viviendo los mexicanos, cuando el antiguo modo de actuar y de interactuar en todas las esferas sociales ya no funciona, cuando la supervivencia se ve amenazada por problemas económicos y desastres naturales que parecen insuperables; sólo entonces se tambalea nuestra forma de mirar la política en nuestro país.
Parece improbable que nos aventuremos en un ambiente tan inoportuno a nivel global y experimentemos una transformación evolutiva, a menos que nos veamos obligados a hacerlo por alguna situación de crisis. Responder a una crisis radical que pone en peligro nuestra supervivencia: ese es el reto al que nos enfrentamos ahora los mexicanos.
Para desmenuzar un poco la cuestión, es menester un poco de historia. Como bien sabemos, la democracia surgió en la antigua Grecia hace ya más de 2.500 años, como un pacto entre clases para echar a los tiranos. Francisco Rodríguez Adrados (Salamanca, 1922) miembro de la Real Academia de la Lengua y de la Historia, en su libro “La democracia ateniense” ante el cuestionamiento ¿Y por qué nació en Atenas? Responde: Hubo una preparación intelectual, claro. Como en la Revolución Francesa con la Ilustración. Se hablaba del hombre como ser único, de igualdad, libertad; ahí estaban los presocráticos… Y hubo un momento en que es un hecho político. Gobiernan los tiranos, luego están los nobles y, debajo, el pueblo. La democracia surge como un acuerdo fuera tiranos, entre los nobles y el pueblo, para echarlos y repartirse el poder.
Por ello, la disfunción de la política mexicana centrada en una supuesta y demeritada democracia, hace muy poco, tomó un giro inesperado. Un movimiento telúrico el 19 de septiembre no solamente cimbró las entrañas de la tierra, sino también nuestra conciencia política, por doquier circularon los mensajes dando cuenta a detalle del comportamiento de algunos políticos y servidores públicos, donde quedó implícito y manifiesto que “no más”. El milagro se dio en medio de la tragedia y con la fuerte sacudida se transformó nuestra conciencia. Una parte importante de la población en México se ha dado cuenta ya ― y los que no, tarde o temprano lo harán― de que el país se enfrenta a una disyuntiva tajante: evolucionar o morir. Un porcentaje relativamente pequeño, pero en rápido crecimiento, está experimentando ya en su interior la descomposición de los viejos patrones políticos y la emergencia de una nueva forma de actuar en sociedad.
Lo que está surgiendo ahora no es un nuevo sistema político, sino una ideología social acorde a los requerimientos de las pujantes nuevas generaciones. Estamos llegando al final de las viejas estructuras políticas, ideologías y sistemas de creencias. El cambio va más allá de la trascendencia del pensamiento, la nueva capacidad de elevarse por encima del pensamiento, de hacer realidad una dimensión dentro de nosotros mismos que es infinitamente más vasta que el pensamiento mismo. Entonces, ya no derivaremos nuestra identidad, ni el sentido de quienes somos, en el incesante flujo de pensamiento en el viejo sistema de creencias.
La identificación con lo que básicamente significa nuevas formas de pensamiento. Si el mal tiene alguna realidad ―relativa, no absoluta― es también su definición: la completa identificación con las formas: físicas, de pensar y de sentir. El resultado es una total inconsciencia de nuestra conexión social, de nuestra unidad intrínseca con todos los “actores políticos”. Cuando la falsa ilusión de ser algo completamente aparte sirve de base y gobierna todo lo que pensamos, decimos y hacemos ¿qué clase de país estamos creando?
Con el milagro político mexicano puede observarse un creciente florecimiento de la conciencia política, el sismo lo volvió imperativo. Para encontrar la respuesta, observemos cómo se relacionan los políticos unos con otros, leamos historia de México o analicemos los últimos acontecimientos. De otra forma, si las estructuras de nuestras necesidades continúan permaneciendo alteradas, acabaremos recreando básicamente lo mismo, los mismos males y la misma disfunción social. masryram@msn.com
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