Paloco, de la grandeza al olvido

Yolohtzin

Milpa Alta es una delegación de gran extensión territorial, llena de paisajes y lugares típicos que encierran historias verdaderas y maravillosas. Los doce pueblos que conforman la delegación tienen un valioso patrimonio cultural. En el Boulevard Nuevo León de Villa –cabecera delegacional- se encuentra el “Paseo Escultórico”, en donde se nos revela parte de la historia de la región, así como las actividades económicas que aquí se han desarrollado: la producción de maíz, pulque, nopal y mole. Los hermanos Wilfrido y José de Jesús Jaramillo dirigidos por Salvador Jaramillo son los creadores de trece esculturas de bronce colocadas a lo largo del “Paseo Escultórico”. Sin discusión alguna las efigies son hermosas, a más de tener gran valor cultural e histórico, no obstante, tanta fastuosidad choca con la situación económica, la miseria de muchos habitantes de la zona. La soberbia belleza de las figuras consuela un poco a los que consideran que las autoridades gastaron mucho dinero y ese derroche se pudo evitar, quizá algo más modesto hubiera sido mejor, aunque el delegado en turno no luciera tanto al intentar tener su propio Paseo de la Reforma.
A la delegación Milpa Alta la conforman 12 pueblos:
San Agustín Othenco (“A la orilla del camino”)
San Antonio Tecòmitl (“En la olla o càntaro de piedra”)
San Bartolomé Xicomulco (“En el hoyo grande”)
Sam Francisco Tecoxpa (“Sobre piedras amarillas”)
San Jerónimo Miacatlán (“Junto o cerca de donde hay cañas o varas de flecha”)
San Juan Tepenahuac (“Cerro cercano al agua”)
San Lorenzo Tlacoyucan (“Lugar verdascoso o lleno de jarilla”)
Santa Ana Tlacotenco (“Lugar de los breñales”)
San Pablo Oztotepec (“Encima de la gruta”)
San Pedro Atocpan (“Sobre la tierra fértil”)
San Salvador Cuauhtenco (“A la orilla del bosque”)
Villa Milpa Alta, Malacachtepec Momoxco (“Lugar rodeado de cerros”)

San Salvador Cuauhtenco se localiza al poniente de la delegación Milpa Alta, al oriente de San Pablo Oztotepec. Su suelo es accidentado pues se ubica a las laderas del volcán Cuauhtzin. San Salvador Cuauhtenco es un pueblo especial, distinto, rechazado y poco querido por los demás poblados de la delegación, para los cuales los habitantes de Cuauhtenco son invasores de un territorio que no les pertenece. Siempre ha estado en conflicto con sus vecinos por la defensa de sus tierras, montes y aguas, quizá por esto viven, de cierto modo, apartados y casi sin relación con los otros pueblos, “el cuauhtenco” ha aprendido a vivir a la defensiva. No es un pueblo originario de Milpa Alta, antes perteneció a Xochimilco, por eso sus costumbres se encuentran más dirigidas a Xochimilco, por ejemplo, el festejo del Santo Patrono del lugar se hace siempre en día domingo, no entre semana como en Milpa Alta que se celebra en lunes, martes o cualquier día de la semana. Las personas viajan más a Xochimilco que a Milpa Alta.

En San Salvador Cuauhtenco se encuentra una casa, la cual, a decir del cronista Adán Caldiño Paz fue “la Fortaleza de un pueblo”: Paloco. Sin embargo, ha sido poco valorada por sus mismos propietarios, ya que no la conservaron como debían haberlo hecho al tratarse de un lugar con tanta historia. Entre sus paredes se vivieron amores, traiciones, soledades, rebeliones, glorias y decadencias significativas para el desarrollo de la vida de los lugareños. Felipe Domínguez fue su dueño, y con él comenzó toda una estirpe de gente aguerrida que convirtió a Paloco en la “Fortaleza de un pueblo”.
Siempre ha sido un misterio la procedencia de su cuantioso fortuna, el profesor Eugenio Raúl Ramírez la atribuye a que fue miembro de una banda de atracadores de caminos, pandilla a la que encabezaba Everardo González –homónimo del general revolucionario. Dice el profesor y cronista Ramírez Retana que Merenciano García, de San Miguel Topilejo, Tlalpan; Narciso Mendoza, de San Andrés Ahuayucan, Xochimilco;  Felipe Domínguez, de San Salvador Cuauhtenco, y Brígido Molina, de San Pablo Oztotepec, Milpa Alta fueron comandados por Everardo González y que eran respetados en sus respectivos pueblos porque nunca les quitaron alguna propiedad, sino que repartían entre los necesitados lo obtenido del robo. Otras personas comentan que Felipe hizo un pacto con el diablo: a cambio de su alma, satanás le entregaría monedas de oro. Dicen que Felipe con frecuencia iba al monte con dos mulas, después de varias semanas regresaba con las mulas cargadas de cal –según él- , para venderla, pero en realidad eran las monedas de oro que el demonio le regalaba, con ellas compró tierras, propiedades, hasta convertirse en uno de los hombres más ricos de Cuauhtenco. Cuentan que los biznietos, cuando jugaban, encontraban monedas de oro en Paloco. Se ganó la simpatía de sus vecinos porque les dio trabajo.
Aunque se le considera nativo de Cuauhtenco, algunos aseguran que era originario de Santa Cecilia Tepetlapa, lo cierto es que cuando murió lo sepultaron en Tepetlapa, años después la familia trasladó sus restos a San Salvador, sin embargo, esto pudo deberse a la situación que se vivía en ese tiempo: la revolución. La capilla de la familia Domínguez, donde reposan Felipe y su esposa, no fue demolida cuando desaparecieron los panteones de las iglesias, por considerarse un monumento histórico. A Felipe lo asesino un hombre nombrado Simón Rojas. Refieren sus descendientes que en cierta ocasión un Simón Rojas se presentó ante Felipe y le dijo que lo mandaba Zapata -compadre de Felipe-, que estaba en Topilejo y necesitaba dinero, que se lo mandara con Simón. Felipe no le creyó pues conocía la mala fama de este hombre, de modo que le contestó  que lo acompañaría, de este modo emprendieron el camino, pero al llegar a la   barranca de Copalhuaca lo apuñaló por la espalda, también le robó el dinero.

Felipe Domínguez casó con una mujer de Tepepan llamada Benita. Tuvieron cuatro hijas: Juanita, Conchita, Tomasa- conocida como Villa- y Lupe, la menor. En Paloco se organizaban comidas y bailes a los que solo eran invitadas mujeres, debido a los celos y al carácter protector y dominante del padre. No obstante, Juanita se fue a vivir con un hombre de Santa Cecilia llamado Adrián Amaya, el papá la perdonó pasado algún tiempo.
Villa tuvo un novio, pero el padre no lo aceptó porque se trataba de un Almazán, los otros ricos, San Salvador se encontraba dividido entre los Domínguez y los Almazán. Felipe arrastró de los cabellos a su hija por toda la casa, luego, le puso la pistola en la cabeza y le hizo jurar que no se casaría con ese hombre. Villa murió en la soledad, sin hijos, el único que la visitaba y cuidaba era José, hijo de Conchita.
En tiempos de la revolución Felipe Domínguez llevó a sus hijas solteras –Villa y Lupe- a la ciudad, a la colonia Santa María la Ribera. Dejaron el pueblo como todos aquellos que tuvieron posibilidades de hacerlo, para huir de la revuelta. Lupe, la hija menor, era una muchacha bastante guapa y elegante, le gustaba andar muy bien arreglada todos los días, cuentan que tuvo un romance con Zapata. Lupe entró a trabajar a los ferrocarriles, ahí conoció a un hombre, mucho mayor que ella, de origen inglés, el cual ocupaba un excelente puesto en los ferrocarriles. Se casaron, sin embargo, el señor murió al poco tiempo y le heredó una gran fortuna. Debido a la desconfianza que Lupe tuvo de sus familiares, ninguno de ellos conocía al apoderado, ni dónde guardaba las joyas, así que a su muerte se perdió todo. No obstante, por las relaciones que tenía, pudo meter a trabajar a sus sobrinos a los ferrocarriles –más tarde ellos, a su vez, incorporaron  a sus hijos-. Les tocó vivir la época de prosperidad de los ferrocarriles, consiguieron vivir holgadamente. Estas dos mujeres –Villa y Lupe-, según el cronista Adán Caldiño Paz, invirtieron en los primeros camiones que iban de Xochimilco a San Pablo, llamadas “las garrapatas”.  A Lupe le gustaba pintarse los labios color carmesí y salir a tomar un café a Sanborns con sus amigas; a Villa le agradaba leer libros de medicina –aunque no los entendiera- y se entristecía al recordar que un día ella quiso estudiar medicina, pero su padre no se lo permitió.
Nunca volvieron a Paloco, murieron en la ciudad, primero Lupe, cayó de las escaleras de su casa y se golpeó la cabeza, los familiares buscaron por toda la casa y cada quien agarró lo que pudo. Años después murió Villa.
Conchita contrajo matrimonio con Felipe Patiño, hombre oriundo de Tepoztlán que llegaba a San Salvador a vender zapatos. Recordemos que entre Morelos y Milpa Alta siempre existieron relaciones comerciales, los morelenses venían a vender sus productos a estos rumbos, la cercanía entre los lugares es una razón para que se dieran estos intercambios comerciales. Bueno, pues, a tanto medirle los zapatos a la hija de Felipe Domínguez, Felipe Patiño terminó enamorado de la muchacha. El esposo tenía propiedades en Tepoztlán, pertenecía a una familia acomodada; sin embargo, el gusto por embriagarse, lo orilló a vender las tierras. Cada vez que iba a Tepoztlán vendía alguna propiedad y se gastaba el dinero, retornaba a su hogar sin nada. Conchita tuvo que aprender a ser la jefa de familia, el carácter se le endureció, su fuerte personalidad la condujo a convertirse en la Mamá Grande, la Gande, como fue conocida en el pueblo.
Los campesinos de San Salvador Cuauhtenco se incorporaron a la revolución en 1911. Su situación geográfica fue determinante, sus montes sirvieron de zona estratégica a los rebeldes, también fue puente entre Xochimilco y Morelos. Cuauhtenco aportó a la revolución hombres aguerridos y valientes: los coroneles Efrén Rojas, Juan Jiménez, y Pablo Caldiño; los tenientes coroneles Nicolás Galindo, Juan Peña, y Petronilo Retana; también Félix Cedillo y Bernardino Salazar. Los hombres ricos de Cuauhtenco apoyaron con dinero a los rebeldes zapatistas, uno de ellos fue Felipe Domínguez, quien se dice era compadre de Zapata. Se dice que Zapata llegaba a Paloco, su tropa se quedaba en el Cuartel Zapatista de Oztotepec y el general junto con los más allegados se hospedaba en Paloco. Paloco. En ese entonces los hijos de Gande eran pequeños, platican que cuando llegaban los soldados carrancistas o zapatistas Gande los escondía en el horno de pan. Ella les platicó a sus nietas que guisaba para el general Zapata –no podía hacerlo nadie más-, y que, este traía un anillo con el cual aplastaba la comida antes de ingerirla para ver si no estaba envenenada. Durante la revolución muchas personas dejaron el pueblo, la lucha casi acabó con todo, solo dejo tristeza y miseria, cuando terminó las personas regresaron a sus pueblos. Gande nunca salió de Paloco, después de la revuelta llevó a Paloco a su época de plenitud, de gloria. Dio de comer, dio trabajo a los habitantes de Cuauhtenco. Todo aquel que entraba a Paloco jamás salía con las manos vacías, tal era la abundancia que hubo en aquella casa.

Gande y Felipe tuvieron cinco hijos: Emiliano, Celia, Felipe, José, y Concha. Celia tuvo un trágico fin. Era muy joven cuando un mal hombre –excelente músico- la raptó, ayudado por amigo, la sacó por una de las ventanas de la casa. Dicen que la golpeaba, que la trataba demasiado mal, al final, murió de tristeza.   Felipe, José, y Concha se fueron a la ciudad, no les gusto el campo. Los varones entraron a trabajar a los ferrocarriles, ambos hicieron fortuna, aparte de la herencia que les dejó su madre en San Salvador. Emiliano permaneció en Paloco, continuó con la labor de Gande, amaba la tierra al igual que su madre. Sin embargo, no pudo aumentar la riqueza de la familia, más aún, a su muerte empezó la decadencia de Paloco. Los pobladores comenzaron a suponer que trabajar la tierra era algo denigrante, de modo que escasearon los trabajadores, tenían que contratar a los “guarines” que venían del Estado de México, ya todo mundo deseaba ir a la ciudad a estudiar o trabajar, empezaron a vender las tierras a personas venidas de fuera.
Emiliano fue un hombre apuesto, simpático, y trabajador, pero muy enamorado. Tuvo infinidad de romances, a todas sus amantes les repartió dinero. Tuvo varios hijos fuera del hogar. Vivió con Consuelo García Almazán, “Chelo”, mujer de belleza indígena, la cual trabajaba como cocinera en Paloco. Gande nunca estuvo de acuerdo con esta unión, pues Consuelo, aparte de ser sirvienta de la casa, era mayor que Emiliano. Vivieron un amor accidentado, pero envejecieron juntos en Paloco. Chelo fue hija de Felipe García Blancas y de Brígida Almazán. Felipe García fue representante de los montes comunales de Cuauhtenco y los defendió con todo lo que pudo. En 1919, cuando la gente comenzaba a regresar a sus lugares de origen, Felipe García Blancas convocó a una asamblea para comunicar a la población que él tenía los documentos que acreditaban y amparaban la propiedad legal de los bienes comunales del pueblo, que estaban enterrados en un terreno ubicado en Tecaxic, que llevaban sepultados seis años. Años después, Alejandrino García Almazán – autodidacta y nahuablante-  reanudó la lucha de su padre, fue un hombre importante en la lucha por la defensa de los bienes comunales de Cuauhtenco. Arriesgó la vida, pero siempre tuvo el valor para resguardar la documentación que con tanto cariño y valor alguna vez enterrara Felipe García Blancas. A finales de los sesenta Alejandrino empezó a organizar los primeros aprovechamientos de madera, hizo trato con Loreto y Peña Pobre.  Por otro lado, se podría pensar que la lucha por los bienes comunales no ha valido la pena, ya que todos tienen amor por los montes, aunque no todos poseen tierras, y se ha sobreexplotado el monte, los que dicen amar la tierra comunal se han convertido en talamontes. ¿Qué dirían ahora Felipe García Blancas y Alejandrino García Almazán?

Consuelo y Emiliano tuvieron varios hijos: Alicia, Elvia, Delia, Blanca, Josefina y Emilio. Consuelo no tomaba decisiones acerca de la educación de sus hijos, Gande decidió que debían salir del pueblo para irse a la ciudad con las tías Villa y Lupe para que pudieran estudiar. Así fue,  solo Alicia permaneció en Paloco, a Emilio Gande lo crió.
Alicia tuvo un matrimonio infeliz, murió joven. Elvia se casó con Celestino Jiménez, quien había sido peón de Paloco y llegó a ser el director de la escuela “Pintor Diego Rivera”, uno de sus hijos fue Secretario de Salud de Baja California Sur. Delia se casó con Gerardo Reza Carranco, de Santa Cecilia Tepetlapa; Blanca se casó con Cristóbal Ramírez de Cuauhtenco, Josefina se casó con Tiburcio Rivas, de San Andrés Ahuayucan, Emilio con María Luisa Esqueda.
Paloco fue perdiendo jerarquía, vino el ocaso, ahora, en una parte está ubicado un restorán, “Casa Cristóbal” donde se vende barbacoa –quizá la mejor del rumbo-, y de vez en vez se alquila como salón de fiestas. Durante la feria de la barbacoa llegan  muchas personas preguntando por ese lugar y prefieren comer ahí que en alguna de los restoranes de la feria, los dueños brindan a los clientes un trato cortés y afectuoso. La otra parte es propiedad de Emilio Patiño García y se encuentran varios locales comerciales.
En Paloco se vivieron grandes momentos de la historia del pueblo, algunos habitantes de Paloco, no regresaron. Los que se quedaron no le dieron la importancia merecida. Queda la duda de qué habría ocurrido si el pueblo o las autoridades hubiesen decidido expropiar el lugar a sus dueños, acaso ahora sería la Casa de Cultura de Cuauhtenco o un Museo, como ocurrió en San Pablo Oztotepec. Con seguridad de esa manera no se hubiera perdido tanta historia, la mayoría de los pobladores ignoran lo que significó Paloco en el pasado. Quién sabe lo que hubiese pasado.

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