Todo por una bola de billar

Marisú Ramírez

La cifra es de terror; más de 13 millones de toneladas de plásticos cada año convierten los océanos en su morada.
Fue en el año 1872 cuando John Wesley Hyatt, inventor estadounidense, alcanzó fama mundial junto con su hermano Isaías, por ser los inventores del plástico al que llamaron celuloide.
Cuenta la historia que una compañía de billares de Nueva York organizó un concurso para diseñar materiales alternativos al marfil, un bien escaso en la época y con el que se fabricaban las bolas del juego de mesa más popular en la época.
En su laboratorio, John sufrió un corte accidental y protegió su herida con un ungüento elaborado a base de nitrato de celulosa, alcanfor y alcohol. Al aplicarlo, una parte se derramó en el suelo, y al secarse formó una fina capa que tenía la propiedad de unir el serrín y el papel. Continuaron la investigación en esta línea y descubrieron que, si se sometía el producto a alta presión, formaba un material apto para la fabricación de bolas de billar.
El invento de los Hyatt revolucionó la industria plástica. Su comercialización llegó en 1872 con un éxito espectacular, sin imaginar el daño que se provocaría al planeta.
Al respecto, sólo 20 naciones producen un 80 por ciento de estos materiales mientras que otros como Suecia con una cultura de conservación ambiental fuera de lo común aplica energías limpias en un 70 de sus procesos de producción y áreas domésticas.
La catástrofe ambiental está en la antesala de México, se requieren actitudes y programas enérgicos de la autoridad y voluntad de los ciudadanos, son momentos para pensar en la elección de caminos adecuados a fin de lograr la limpieza de todo lo ensuciado por falta de conciencia y no solamente prohibir el uso de popotes.
Los efectos del calentamiento global en sus múltiples manifestaciones no dan tregua a las naciones, aunque habrá que distinguir según McKinsey Center for Business and Environment en un informe reciente se da a conocer que China, Indonesia, Filipinas, Tailandia y Vietnam depositan poco más del 60 por ciento de plásticos cada año en los océanos, esto por supuesto no descarta a los Estados Unidos de Norteamérica, una de las naciones más contaminantes.
Inquieta y se requieren medidas urgentes con el fin de revertir el cambio de hábito en la utilización de popotes, unicel, bolsas de plástico y otros contenedores regularmente abastecidos por los comerciantes. Reglamentar su uso ya no es opción sino necesidad apremiante para frenar el daño ambiental producido históricamente al planeta, el único y preciado lugar, al cual las futuras generaciones no querrán ver destruido.
El comportamiento humano es complicado para comprender la esencia de la vida, se resiste a la toma de conciencia, a la aplicación de formas sanas de existir, está como en una cueva sin salida posible, es producto de una manipulación exagerada la cual le arrebata armonía y estabilidad emocional. Es conformista al extremo por tal acondicionamiento, enajenado todavía sueña que el planeta se puede autocorregir ─no es así─ los daños infligidos a él serán irreversibles en poco tiempo. La naturaleza exige respeto por encima de frivolidades.
Influir en los demás es difícil cuando se carece de proyectos alternativos. Se exigen soluciones, fuera de miedos y atrasos conceptuales, expresar preocupación no bastará para frenar la hecatombe, la prueba en estos momentos es la ola de calor que azota al planeta sin distinción de razas o clases sociales, es una bofetada de otras que vendrán si acaso se desoye su lamento.

Los ejemplos sobran, lo que hace falta y es prioritaria es la toma de conciencia, dejar de solicitar-proporcionar contenedores de unicel, bolsas de plástico, popotes y otros accesorios, y sobre todo señores legisladores “reglamentar” proporcionar medios y alternativas, todavía es tiempo, el reloj de la naturaleza avanza y avasalla a su paso a los que son omisos a esta calamidad que es la contaminación por plástico. masryram@msn.com

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