Por Ricardo Mendoza
Gabriel García Márquez falleció este jueves a la edad de 87 años. Hoy comienza la leyenda que se fue construyendo desde 1927 en un pueblito colombiano de nombre Aracataca, que de la mano de Gabriel García Márquez puso a América Latina en el imaginario de millones de lectores con una palabra mágica: Macondo.
Una leyenda formada de todas esas pequeñas historias que el Premio Nobel de Literatura escribió en sus libros, en su autobiografía, en sus crónicas, en la biografía escrita por Gerald Martin, y hasta en el silencio que guardó durante muchos años ante los medios de comunicación. Una leyenda que se inscribe en el realismo mágico, en el cuento, la crónica, el periodismo, el guión; en los homenajes que se le ofrecieron en vida y los que seguirán ahora con su fallecimiento.
El 31 de marzo de 2014, el autor de Cien años de soledad fue internado durante nueve días en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, debido a un cuadro de deshidratación, infección pulmonar y en vías urinarias. El martes 8 de abril fue dado de alta, y trasladado en ambulancia a su casa para continuar su convalecencia.
Desde hace algunos años comenzaron a circular versiones acerca de que Gabo, el diminutivo con que sus amigos y lectores le conocen, padecía demencia senil. Uno de los primeros en mencionarlo, en 2012, fue su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, quien en declaraciones al diario chileno La Tercera, señaló que García Márquez perdía poco a poco la memoria, que ya no reconocía a sus amigos, y que utilizaba algunas fórmulas para llevar la conversación. Pero “si no te ve, no te reconoce”, dijo Mendoza acerca de la salud de García Márquez, con quien hubo un distanciamiento hace años como consecuencia del tema cubano.
Fue Jaime García Márquez, hermano menor del Nobel de Literatura, quien afirmó en Cartagena de Indias, en julio de 2012, que Gabo padecía demencia senil, que afectó a varios miembros de la familia. La pérdida de memoria, atribuyó en ese entonces Jaime García Márquez, llegó como consecuencia de la quimioterapia a la que fue sometido en 1999 para curar un cáncer linfático pero “todavía le tenemos, podemos hablar con él, sigue con alegría, con entusiasmo, lleno de humor”, aunque “desgraciadamente” no habrá un nuevo relato escrito por quien obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1982.
Días después, el director de la Fundación del Nuevo Periodismo Latinoamericano, Jaime Abello, pidió en su cuenta de Twitter “por favor, no más comunicaciones de solidaridad: Gabo no está demente, simplemente anciano y olvidadizo, todavía lo puedo disfrutar como amigo”
Pero antes, mucho antes de la pérdida de memoria, de los problemas de salud, y del Premio Nobel, hubo un muchacho que soñó con ser escritor.
Gabriel José García Márquez nació el 26 de marzo de 1927 en Aracataca, ubicado al norte de Colombia, en el municipio de Magdalena. Hijo de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán, Recuerda Gabo en su biografía, Vivir para contarla.
“Hasta la adolescencia, la memoria tiene más interés en el futuro que en el pasado, así que mis recuerdos del pueblo no estaban todavía idealizados por la nostalgia. Lo recordaba como era: un lugar bueno para vivir, donde se conocía todo el mundo, a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. Al atardecer, sobre todo en diciembre, cuando pasaban las lluvias y el aire se volvía de diamante, la Sierra Nevada de Santa Marta parecía acercarse con sus picachos blancos hasta las plantaciones de banano de la orilla opuesta. Desde ahí se veían los indios aruhacos corriendo en filas de hormiguitas por las cornisas de la sierra, con sus costales de jengibre a cuestas y masticando bolas de coca para entretener la vida. Los niños teníamos entonces la ilusión de hacer pelotas con las nieves perpetuas y jugar a la guerra en las calles abrasantes. Pues el calor era tan inverosímil, sobre todo durante la siesta, que los adultos se quejaban de él como si fuera una sorpresa de cada día. Desde mi nacimiento oí repetir sin descanso que las vías del ferrocarril y los campamentos de la United Fruit Company fueron construidos de noche, porque de día era imposible agarrar las herramientas calentadas al sol”.
Ahí pasó García Márquez los primeros años de su vida al lado de sus abuelos Tranquilina Iguarán y el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. “Fue su abuelo, el coronel, quien poco a poco lo rescató de aquel mundo femenino de superstición y premoniciones, de aquellas historias que parecían surgir del lado oscuro de la naturaleza misma, y quien lo instaló en el mundo de la política y la historia que era propio de los hombres; lo sacó, por así decirlo, a la luz del día”, escribe Gerald Martin, biógrafo oficial del periodista colombiano en su libro Gabriel García Márquez. Una vida.
Desde muy niño comenzó a escribir pero fue hasta la universidad, mientras estudiaba Derecho, que decidió abandonar la carrera para dedicarse de lleno a la escritura: “Había desertado de la universidad el año anterior, con la ilusión temeraria de vivir del periodismo y la literatura sin necesidad de aprenderlos, animado por una frase que creo haber leído en Bernard Shaw: ‘Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela’. No fui capaz de discutirlo con nadie, porque sentía, sin poder explicarlo, que mis razones sólo podían ser válidas para mí mismo”.
Y a eso se dedicó: al periodismo y la literatura. Mientras trabajaba como reportero publicó su primer cuento La tercera resignación, publicado en el diario El Espectador, el 13 de septiembre de 1947. Dos décadas después se publicaría la novela que lo llevó a la fama y al corazón de millones de lectores: Cien años de soledad. Gabo tenía entonces 40 años, y en 1958 se casó con Mercedes Barcha, con quien tuvo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo.
Desde 1947 y hasta 1992 publicó varios cuentos, que recientemente fueron compilados en el volumen Todos los cuentos (Mondadori), entre ellos Los funerales de la Mamá Grande, Doce cuentos peregrinos, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, y también ese primer cuento publicado La tercera resignación.
Entre sus libros se encuentran La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, Noticia de un secuestro, Memoria de mis putas tristes, y de manera más reciente Yo no vengo a escribir un discurso, además de su obra de teatro Diatriba de amor contra un hombre sentado. Su trabajo en diarios se encuentra reunido en varios tomos en la serie Obra Periodística desde 1948 hasta 1984, divididos en Textos costeños, Entre cachacos, de Europa a América, Por la libre y Notas de prensa.
Integrante del Boom latinoamericano, junto Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y José Donoso, Gabriel García Márquez es uno de los principales representantes del realismo mágico, que él mismo definió como la ruptura de la frontera entre lo que parece real y lo que parece fantástico.
Y entonces en 1982 llega el anuncio del Premio Nobel de Literatura. Su discurso La soledad de América Latina es un clásico junto con El cataclismo de Damocles, y Botella al mar para el dios de las palabras, que es el que ofreció en Zacatecas en 1997 durante el Primer Congreso de la Lengua Española. Diez años después de ese congreso, otra reunión de académicos de la lengua le rindió uno de los más grandes homenajes en Cartagena durante el cuarto Congreso Internacional de la Lengua española. El festejo fue todo para Gabo, quien cumplía 80 años de edad, 40 de la publicación de Cien años de soledad y 25 del Nobel. Ahí, García Márquez recibió la edición especial de su novela cumbre, preparada por la Real Academia de la Lengua Española, un homenaje editorial que cuatro años antes se le había hecho al Quijote, de Miguel de Cervantes.
Al finalizar ese encuentro, Gabo dijo a sus amigos que el homenaje le había dado la clave para escribir el segundo tomo de sus memorias, Vivir para contarla. En el primer tomo Gabo escribió, quizá a manera de consejo, quizá a manera de advertencia: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.