Hay una frase en la escuela de Ayotzinapa que se escucha estos días con más fuerza que nunca, grito de guerra de unos jóvenes que no temen perderlo todo por pedir justicia y dignidad: “Donde quiera que nos encuentre la muerte, bienvenida sea”.
Lejos de ser un llamado a que venga “la huesuda”, esa frase le sirve a los jóvenes para tranquilizarse, pues la muerte vendrá cuando tenga que venir y lo hará porque “la muerte es lo único seguro en la vida”, cuenta Acapulco, un joven de 19 años al que en aquella terrorífica noche del 26 de septiembre no le tocaba morir.
“No me pongo a pensar mucho en eso (en la muerte) porque cuando te toca te toca, sin importar mucho dónde te pares o dónde estés. Yo estaba en medio de las balas esa noche y afortunadamente no me tocó. No era mi momento”, señala.
Acapulco logró escapar de la muerte aquella noche en la ciudad de Iguala, en el sureño estado de Guerrero, cuando los policías comenzaron a dispararles a quemarropa, presuntamente por órdenes del entonces alcalde José Luis Abarca (hoy prófugo), asesinado a seis personas, tres de ellas compañeros estudiantes.
Y también escapó de que se lo llevaran las patrullas de la policía y de que luego fuera entregado a los criminales Guerreros Unidos para ser desaparecido, como les sucedió a 43 de sus compañeros de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
La idiosincrasia mexicana ve a la muerte sin miedo, como un paso más de la vida y este 2 de noviembre incluso se festeja. Los “ayotzinapos” no sólo no le tienen miedo a la muerte, sino que están dispuestos a retarla por su escuela, y ahora más por exigir que aparezcan sus 43 compañeros.
Así, a la pregunta de si daría su vida por la lucha estudiantil, Acapulco responde contundente: “Por la escuela siempre sí. En la Normal nos enseñan que hasta la vida si es necesario. Lo mucho que me ha dado la Normal, pues algo tengo que regresar”.
A sus 20 años, Uli concuerda con su compañero y explica que cuando uno entra en la Normal de Ayotzinapa le concientizan, le enseñan “a valorar las cosas, apreciarlas y a ganárnoslas”.
“Nos enseñan que nosotros somos la clase oprimida por parte del Gobierno y nos enseñan a luchar por nuestros derechos, a no dejarnos nunca, y eso nos ha orillado a pedir justicia, a luchar”, dice.
En esta escuela de maestros tienen sus mártires, los muertos cuyos cuerpos no entierran, sino que “siembran para que florezca la libertad”.
Esta es otra de las frases de los “normalistas”, eslóganes que decoran las paredes del plantel junto con retratos de los mártires, aquellos que cayeron por la lucha, como los jóvenes Gabriel y Alexis en 2011.
Ellos cayeron luchando, ellos murieron luchando, tras una represión policial y tres años después todavía no se ha hecho justicia por su muerte.
Sin embargo, interrogado sobre si sus tres compañeros muertos el 26 de septiembre también serán mártires de la lucha, Acapulco responde: “Fueron asesinados directamente, dado que en esta movilización no estábamos ni siquiera en un movimiento”.
“Era una actividad rutinaria, en ningún momento pensamos que iba a caer nadie, no estábamos ni siquiera preparados para eso, fuimos asesinados por el Estado”, añade.
Uli insiste: “Sí, estaríamos dispuestos a entregarlo todo y más en esta situación en que nos encontramos en estos momentos. Por una parte pensamos que valen más los 43 compañeros que tenemos desaparecidos y haríamos todo por encontrarlos”.