El susurro de la tierra

Aurea Leticia Reza Patiño
Ese día salí de casa a las 9:15 am. En mi bolso llevaba el regalo para Guille pues ese día festejó  su cumpleaños. En la avenida principal abordé el micro que me llevó a Xochimilco. En el Deportivo (también conocido como la Deportiva de Xochimilco) tomé otro que me dejó en Villa Coapa. A las 10:35 am llegué al Sanborns. La cita era a las 11 de la mañana, por tanto disponía de tiempo para ver los libros exhibidos en el lugar; sin embargo, me dirigí al restaurante. Pensé que Guille quizá hubiera llegado temprano, como yo, y estuviese sentada en alguna parte del establecimiento, pero no fue así, al contrario llegó hasta las 11.20 am. El sitio estaba lleno casi en su totalidad.  No tenía su número de celular, nunca nos hablamos solo nos comunicamos por el Facebook o en persona. Además no tenía saldo, mi intención era hacer una recarga cuando termináramos de desayunar. No sé por qué cambié de opinión y fui  a una caja de la tienda a hacer una recarga, en seguida guardé el teléfono en mi bolso.
Se decía que en todas partes habría simulacro a las 11 de la mañana, pero ahí no lo hicieron. Parecía tan lejano aquel fatídico 19 de septiembre de 1985. Mientras la esperaba comí pan acompañado por el tradicional café. Cuando vi a Guille entrar me alegré, ya estaba un poco desesperada. Cojeaba un poco. Nos abrazamos, le entregué el obsequio. Ella también llevaba un regalo para mí, pues no nos habíamos reunido en mi cumpleaños. Me comentó que como consecuencia de una caída accidental estaba lastimada de una rodilla. Desayunamos. Me comentó que comería con sus hijos en el Centro, aún no sabía en cuál restaurante. Platicamos durante casi dos horas, luego nos despedimos, quedamos en vernos la próxima semana. Para este momento pocas personas se encontraban en el lugar.  Luego de pagar, nos dirigimos a los sanitarios. Saludamos a la señora encargada de los baños de la tienda departamental.
-Buenas tardes-.
-Buenas tardes-.  Contestó ella.

Salí del inodoro y me lavé las manos, en eso estaba cuando entró una mujer de mediana edad. Sin saludar, ni vernos,  se metió al excusado. Cuando salió Guille me dijo:
-Mira te voy a enseñar mi rodilla-
Intentó subirse el pantalón para mostrarme la parte afectada. En ese momento sentí que bajo mis pies el piso se movía.
-¡Está temblando!- dije.
-¡Sí!- respondió Guille.
Me alarmé pero no me preocupé demasiado, pensé que sería un temblor como los que a veces se sienten y no dejan más que el susto. Permanecimos estáticas, escuchamos gritos, mucho escándalo. Fue aumentando la intensidad, intentamos salir pero la señora encargada de los baños no lo permitió.  Nos tomó de las manos y nos jaló hacia el marco de la puerta de entrada, al otro lado, en los sanitarios para hombres  estaba el encargado, na había nadie más. Empecé a ponerme nerviosa, pensé en mis hijos y grité:
-¡Mis hijos!
La señora apretó mis manos y dijo:
-Todo está bien, no se preocupe-
Guille oraba.
-Padre nuestro que estás en los cielos…
Yo también comencé a susurrar:
-Padre nuestro que estás en los cielos…
En esos momentos la mujer de mediana edad se arrimó a nosotras, su rostro estaba consternado, aterrorizado.  Yo pensé  en mis hijos. Los dos mayores de seguro andaban por Milpa Alta o Xochimilco, estaban seguros, por esos rumbos la tierra “solo se mueve”, no pasa nada. El menor trabaja en Reforma y a mi memoria vino el sismo del 85. Me acordé de mis nietos ¡entonces imploré!
-¡Mis hijos, mis nietos! ¡Dios mío, protégelos!
La señora encargada de los baños no soltaba mi  mano y me decía todo estaba bien, que pronto pasaría. Sin embargo, alcancé a escuchar que ella susurraba:
-¡Mis hijos!-
Se me estaba olvidando que ella también era madre.
De repente un vidrio que estaba en medio de los dos baños se rompió, en ese instante el movimiento de la tierra cambio, ahora nos empujaba, nos hacía perder el equilibrio. Vi aparecer una grieta en el muro. Ahora me preocupé por mí, por nosotras. Enmudecí. Tuve la certeza de que moriría, de que el techo caería para aplastarnos. El tiempo se alargó, fueron unos instantes eternos, desgarradores.  Guille continuó rezando.
-Santa María madre de dios…-
La lámpara se mecía, yo clavé mis ojos en ella, la encargada de los baños no soltó mi mano, la mujer de mediana edad se prendió de mi brazo, Guille siguió  orando.
-…ruega señora por ella y por nosotros los pecadores…-
Cuando pasó todo, la lámpara no dejó de agitarse.  La señora encargada de los baños con tranquilidad nos dijo:
-ya pasó-
Yo tenía miedo, pensé que si intentábamos salir la lámpara se caería sobre nosotras, permanecí inmóvil, la mujer de mediana edad desesperada me empujó para poder salir, enseguida marchamos Guille y yo, los encargados de los baños se quedaron ahí.
Nunca imaginé encontrarme con una algo así: libros, aparadores y objetos tirados por donde quiera, los cajeros fuera de su lugar, vidrios, sin luz. Si hubiésemos intentado salir aquí se nos habrían venido las cosas encima. Un  hombre trataba  de levantar algunos letreros, yo pensé este hombre ama su trabajo. Afuera estaban muchas personas, espantadas, incrédulas. Confundida miré hacia todos lados, no lograba comprender la magnitud de lo sucedido. Escuché el sonido de ambulancias y patrullas, me atemoricé. Quería volar para ver a mi familia. No miré nada más. En esos momentos pasó un micro y lo abordamos, Guille me dijo que me veía muy mal y no me dejaría sola, me acompañaría hasta Xochimilco. En esos momentos no sabíamos todas las desgracias ocurridas a nuestro alrededor, ignorábamos que el paso se cerraría y Guille solo podría regresar a su casa por la noche. Vi a los pasajeros del micro, los rostros lucían  estupefactos, llenos de dolor. Me senté junto a una chica de unos 17 años,  sus ojos estaban llenos de lágrimas y la mirada perdida, no parpadeo ni una sola vez. Guille ocupo un lugar en el otro lado. Yo quería comunicarme con mis hijos, con mi esposo pero no había señal.  Les marqué a todos, nadie contestó. Al ver que la barda del mercado de Villa Coapa se había caído entendí la gravedad de lo que estaba ocurriendo. El conductor dijo:
-alcanzamos a pasar, van a cerrar el paso.-
La gente corría por el puente de Vaqueritos, el conductor las subía al micro sin cobrarles nada.  En la parada de Vaqueritos subió  un hombre acompañado por una mujer y dos pequeños niños. El varón acomodó  a los niños  y a la señora en el asiento que traen algunos micros al frente. Los chiquillos estaban absortos, por las mejillas de la señora corrían lágrimas. Después de esta parada empezó un caos, no había semáforos, todo mundo trataba de pasar. Al fin logré comunicarme con uno de mis hijos,  su voz era entrecortada. Me dijo que intentaría hablarle a su papá y a sus hermanos, quedamos en que yo le volvería a marcar en cuanto llegara a Xochimilco.
Bajó la muchacha de ojos llorosos, de inmediato se sentó a mi lado una mujer regordeta, lucía tranquila. Comenzamos a charlar. Me comentó que ella vivía por ese rumbo, que fuera del susto  todo estaba bien, pero tenía una casa en un barrio de Xochi,  que la rentaba a pesar de estar  en muy malas condiciones, tenía la seguridad de que se había caído, solo rogaba a Dios que hubiera estado vacía. Ella con anterioridad les había pedido a los inquilinos desocuparla, sin embargo no quisieron pues no tenían en dónde vivir. Guille se bajó en el crucero, estaba angustiada porque no pudo comunicarse con sus hijos. Angustiada se dirigió a la casa de una hermana, la cual vive en Jardines del Sur, o algo así.
Llegué al embarcadero Fernando Celada bajé del micro, caminé desorientada. Quise esperar a mi hijo en la parada de la ruta 93,  a lo lejos observé que la barda y el portal de la parroquia de San Bernardino se había derrumbado, esto me causó tristeza.  En esos momentos me marcó mi hijo, me pidió encontrarnos en la calle que va al tren ligero. Me dirigí hacia allá. Cuando nos encontramos, nos abrazamos. Me dijo que ya había logrado hablar con los miembros de la familia, que se  encontraban bien, pero con su hermano menor no era posible comunicarse. Fuimos al lugar donde trabaja, muy mal las cosas ahí. Los dejaron retirarse. Salimos, el ambiente era anárquico, se rumoró que el paso a San Gregorio se encontraba cerrado. Intentamos hablar desde un teléfono público.  Un muchacho joven llevaba en brazos a un bebé, y con la mano sujetaba a un niño  de unos 5 o 6 años, intentó hablar con su esposa, la cual se encontraba en el trabajo. Me platicó  que en el momento del temblor él se encontraba bañándose pues se debía preparar para ir por su hijo a la escuela, y dejo al bebé acostado en su cuna. Al percatarse del terremoto corrió hacia la cuna para ver a su nene. Su esposa trabaja por el metro Pino Suárez y no había podido comunicarse con ella. Estaba muy preocupado.
A la entrada del tren ligero –el cual no funcionaba-, sentado sobre el piso y con la mirada disipada estaba un chico de 17 a 18 años, al vernos nos preguntó si éramos de Xochimilco, le contestamos que no, entonces nos comentó que él vivía hasta el Toreo, nos preguntó cómo podía salir de Xochimilco. Mi hijo le explicó la manera de llegar a la parada de los micros que van a Taxqueña. Aún no sabíamos que ya no había transporte, que no se podía salir de Xochi. Nos dijo que iba hasta el Toreo, nos preguntó cómo salía de Xochi. Nos respondió me voy a estar aquí hasta la noche, mientras se me pasa, me tranquilizo…  Ahora me sorprendo por mi falta de humanidad, no ayudé a ese chico, quizá no traía dinero, a lo mejor una abrazo, una palabra de apoyo hubiese sido suficiente, no lo hice y me lo reprocho.  Después  caminamos hacia el deportivo, miramos bardas y banquetas dañadas. Aún faltaba lo peor.

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