Aurea Leticia Reza Patiño
-¡Si están despiertos no van a venir!
-¡Duérmanse ya!
-¿Tú qué les pediste?
-¡Ya llegaron, ya llegaron!
– Y a ti ¿qué te trajeron?
El olor a goma de las muñecas nuevas es uno de los aromas que mi memoria olfativa resguarda con ahínco y bastante júbilo. Era a lo que olían las mañanas del seis de enero de todos los años. El regalo perenne de los Santos Reyes, aquellos que vinieron de oriente siguiendo la estrella de Belem y esa madrugada llegaban a mi pueblo, a mi casa, a mi infancia.
El instante mágico cuando en un pestañeo los párpados se alejan y los ojos intentan asimilar toda la información que te rodea, es, sin duda, un momento prodigioso, ¡más aún cuando sabes que hallarás obsequios a un lado de tus zapatos, cosas que deseas, que has esperado durante todo un largo año! Yo imaginaba distinguir las siluetas de Melchor, Gaspar y Baltasar; algunas veces hasta creí sentir el vientecillo misterioso que dejaban a su paso ¡pero nunca abrí los ojos, a pesar de mi gran curiosidad! Temía, que al verse sorprendidos, los Santos Reyes se enfadaran y, entonces, ni tardos ni perezosos, llevaran a otra parte los juguetes que yo les había solicitado con tanta ilusión. ¡Gracias a Dios jamás metí la pata!
“Puedes pedir lo que quieras, te traerán lo que a ellos se les antoje, al fin y al cabo para eso son Reyes.”
No siempre encontré junto a mi zapato todo lo que pedí o, exactamente como yo lo quería, sin embargo, pocas veces me fallaron los Santos Reyes, los cuales, debieron tener un enorme corazón porque mi comportamiento nunca fue el mejor, pero una muñeca –a veces muy pequeña; otras, muy grande-, un jueguito de té y dulces no faltaban junto a mi zapato. ¡Qué espléndidos, dejaban más regalos de los que les pedía!
No en todas las casas pasaba lo mismo. Recuerdo a un niño que fue a reclamar la bicicleta de mi hermano. Con lágrimas e indignación, solicitaba le fuera devuelta la bici, pues aseguraba que la habían dejado en nuestra casa por equivocación. Lo lamentamos bastante, pero mi hermano ya la había estrenado y ni de broma la regresaría, bueno, en caso de ser cierto lo afirmado por el vecino.
El caso es que nada impedía que pasáramos un día súper contentos. Salíamos a la calle a jugar con los demás niños, después íbamos a compartir con los familiares los obsequios de los Santos Reyes.
La casa en la cual pasé mi infancia está ubicada en la calle Lucerna Norte, al pie del cerro, que, en ese tiempo tenía muchos árboles. Para llegar a la vivienda de mis primos –Callejón 10 de Mayo- solo cruzábamos unas milpas, pues no existían casas ahí, estaba deshabitado. Después de un rato, todos nos dirigíamos a Necaxa, que era el lugar donde vivían otros primos. Todo el día era de esparcimiento.
Por la noche, a partir la rosca en la casa de la abuela. Ahí se reunía toda la familia. Las mamás preparaban un chocolate riquísimo. Quien “se sacaba el muñeco” invitaba los tamales y el atole en su casa el día dos de febrero. Había mucha convivencia con los familiares. ¡Qué tiempos aquellos!
Los hijos se han marchado ya y los nietos aún no llegan, sin embargo ese amanecer continúa maravillándome. Igual que aquellos “magos” que vinieron de oriente siguiendo la estrella de Belem.
“Queridos Reyes Magos…”
El paso inevitable del tiempo no ha robado –ni robará- el encanto de la noche del 5 de enero y el despertar del 6 de enero. El ritual es el mismo: la tarde-noche del día 5 se escribe una carta dirigida a Melchor, Gaspar y Baltasar en la cual los niños comentan que se han portado bien durante todo el año, piden regalos y escriben sus deseos. La carta –o “cartita”- debe ser revisada por los padres para evitar las faltas de ortografía. Antes solo la doblábamos o por mucho la metíamos a un sobre blanco, ahora hay envolturas muy elocuentes con figuras de las Princesas, El Hombre Araña, etc., después se mete al zapato, y éste se coloca abajo del árbol de navidad o a un lado del nacimiento. Muchos niños atan su carta a un globo con gas y lo lanzan hacia el cielo. Otros, más modernos ¡hasta por email las mandan! De igual manera, los chiquillos pueden arman tarjetas virtuales, eligiendo personajes y mensajes. También existen plantillas que se venden en las papelerías, listos para escribir sólo lo necesario.
Los niños se han vuelto exigentes, como quien dice se les trepan a las barbas a los Reyes Magos y aunque se porten mal, piden regalos caros y sofisticados, en ocasiones acompañan a los Reyes a los centros comerciales para enseñarles lo que quieren de obsequio. La publicidad en los anuncios de la televisión, el Internet, etc. Contribuyen a las pretensiones de los pequeños en el momento actual. Ahora piden muñecas Barbie carísimas, consolas Xbox360, Xbox Elite, PSP, Nintendo, PlayStation 2 y 3, pistas de automóviles, muñecos de acción, celulares, en fin, todo lo que la tecnología ponga a sus órdenes. Sin embargo, en muchos hogares los zapatos quedan desnudos, o se encuentran con una muñeca imitación Barbie, una pelota, un cochecito de control remoto, una bolsita de dulces, pero no acaba la magia del Día de Reyes.
La mañana del 6 todo es fiesta y bullicio. Ya no se acostumbra tanto salir a la calle a jugar con los amigos, familiares y vecinos, porque el tipo de juguetes no lo permite, ni siquiera los pueden llevar a la escuela –como antes- pues son complicados y caros y los maestros no los reciben, además, se hacen evidentes las diferencias económicas.
Aquí, en Santa Cecilia, como en todos lados, la globalización nos hace adoptar costumbres extranjeras dejando a un lado las propias. Sin embargo, no todos los efectos de la globalización son negativos, han crecido los regalos en Navidad, pero, la magia y encanto del “Día de reyes” no se pierde. ¡Los niños salen ganando!
“Los Santos Reyes existen… existen en el corazón de cada uno de los que creen en ellos”
El sentimiento de pertenencia a un lugar y la conformación de la identidad nos llevan a fomentar un acervo cultural y un conjunto de valores que permiten la conservación de tradiciones, las cuales transmitimos de padres a hijos. De esta manera aseguramos la supervivencia de nuestra cultura, la resguardamos de elementos ajenos, extraños. Ahora, bien, por “tradición” (vocablo que proviene del latín traditio, traditionis, el cual, a su vez, deriva del verbo tradere –transmitir, entregar-, formado por el prefijo trans y el verbo dare –dar, circundar-, como te lo explican en Internet, cuando buscas la definición de esta palabra) entendemos: todo lo que una generación recibe de las anteriores y lo delega a las siguientes por considerarlo importante, valioso. Estas tradiciones son lo que hace diferente a un pueblo –en el sentido más amplio del término- de otro, aquello que lo identifica. Sin embargo, por evolución natural, anexamos a las costumbres propias elementos ajenos que juzgamos convenientes, así, enriquecemos nuestra cultura – al menos así debe ser-, sin perder la esencia de lo nuestro.
En Santa Cecilia, población católica en su gran mayoría, se sigue la tradición del día de los Santos Reyes, Reyes Magos, o del Día de Reyes –como en la actualidad se dice- con algunos bemoles que no la ponen en riesgo. No es una costumbre privativa del pueblo, es una tradición traída a América en la colonización e implantada por la evangelización de la Iglesia católica. Se vive en muchos países, cada cual le da toques especiales, pero en esencia es la misma: los reyes, magos, sabios o astrónomos siguen una estrella que los guía al nuevo Rey que habría de nacer, al niño Jesús. Melchor, un anciano blanco con barbas, le regala oro, representando su naturaleza real.
Gaspar, joven moreno, le regaló incienso que representa la naturaleza divina de Jesús.
Baltasar, de raza negra, le regaló mirra que representa el sufrimiento y muerte futura del Niño Dios.
Quién sabe si los chiquillos sepan todo esto, es cuestión de que los mayores se los expliquemos.
La mayoría de los niños continúa redactando sus “cartas” la noche del 5 de enero con el mismo gusto e ilusión que lo hacíamos en años pasados. A pesar de los aprietos económicos, siguen llegando a las casas del pueblo los “Magos” que vinieron del oriente siguiendo la estrella de Belem. ¡Y en verdad deben hacer sortilegios, hechizos, brujerías o cualquier maravilla para agasajar a los chiquillos! Ni hablar, por algo son “magos”.
El 6 de enero es la fiesta “chiquita de “Santa” –como le decimos a nuestro pueblo-, pero eso es otra historia.