Destaca El Jorullo como modelo de turismo sostenible y empoderamiento social

El ejido El Jorullo, de Puerto Vallarta, impulsa una alternativa al “todo incluido”, en que los pobladores se autoemplean al brindar actividades turísticas de aventura, caminata y observación de la naturaleza, cuidando el entorno.

En dicho sitio —que abarca 19 localidades y está ubicado a diez kilómetros de la cabecera municipal— viven 180 ejidatarios, de los cuales 36, principalmente de Llanitos y El Jorullo, desde 2006 impulsan una cooperativa que promueve el turismo social.

Para la investigadora del Departamento de Ciencias Biológicas del Centro Universitario de la Costa (CUCosta), doctora Rosa María Chávez Dagostino, los ejidos en México han modificado su dinámica.

En El Jorullo esa transición ha sido exitosa, ya que la población ha logrado empoderamiento, es responsable socialmente e incluyente con las mujeres.

La anterior conclusión forma parte de un estudio publicado en el libro “De campesinos a empresarios: experiencia turística del ejido El Jorullo” (Editorial Universitaria, 2017), realizado en 2015 y 2016, y presentado en el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

Chávez Dagostino explicó que, según los lugareños, era difícil su vida y la de sus familias hace 20 años, ya que “había menos oportunidades de trabajo” y sólo se dedicaban a la agricultura y ganadería.

En la actualidad, además de estas labores, ofrecen productos turísticos y gestionan los recursos naturales, humanos y económicos de una manera sostenible, pero tienen claro que es en beneficio de su comunidad.

Uno de los principales servicios es el turismo de aventura, con actividades como la tirolesa o canopy, para las que, además de estar capacitados, tienen equipo especializado. También gestionan la observación de la naturaleza, la caminata hacia las cascadas y fiestas mexicanas dirigidas, sobre todo, a los turistas internacionales.

“Se dieron cuenta que a los extranjeros les interesa saber cómo hacen los quesos, el nixtamal para las tortillas y cómo se preparan en un comal tradicional”. También abrieron un restaurante con alimentos cultivados y transformados por los habitantes del ejido.

Estas labores “tienen un efecto multiplicador”, porque generan por lo menos 100 empleos para el ejido. Además, mantienen contacto con proveedores de alimentos locales.

Chávez Dagostino comentó que los pobladores impulsan prácticas de conservación, ya que el ejido está asentado en un área natural.

El CUCosta, y otros actores, buscan que la Sierra El Cuale, donde se ubica el ejido, sea decretada Área Natural Protegida (ANP) en la categoría de Protección Hidrológica.

Puesto que la población no podía cultivar o hacer un aprovechamiento forestal, ya que parte del territorio está conformado por pendientes pronunciadas, buscaron alternativas de bajo impacto, una de las cuales fue el ecoturismo.

Chávez Dagostino dijo que, a través de este esfuerzo, los pobladores han logrado mejorar su calidad de vida: “La familia está mucho mejor ahora que pueden hacer turismo y no se tienen que ir lejos. Trabajan igual de duro que en la agricultura, pero tienen más recompensas”.

La académica comentó que el “sitio tiene relictos del bosque tropical subcaducifolio; hay especies endémicas para el Pacífico mexicano, como la palma de coco de aceite y la magnolia vallartensis, además de un gran número de mamíferos, orquídeas, etcétera”.

El CUCosta apoya al ejido en cuestiones administrativas, de investigación, servicio social y prácticas profesionales.

El estudio fue coordinado por Chávez Dagostino, Yésica Sánchez González, estudiante de la maestría en Negocios del CUCosta, además de Simone Fortes, estudiante de doctorado de la Pontificia Universidad Católica de Paraná, que está de intercambio en el CUCosta, y además colaboraron otros estudiantes.

Durante 2006, el ejido recibió 2 mil 500 visitantes y en 2016 un total de 40 mil personas.

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