El mito del amor

Por Marisú Ramírez

El enamora-miento es un mito en el que muchas personas creen se encuentra la felicidad. Ser feliz no es cosa fácil. Al creer que algo que deseamos, nos hará felices, hacemos lo posible por lograrlo, siempre y cuando beneficie nuestra integridad y no sintamos vergüenza por lo que estamos haciendo con nuestras vidas.

La vergüenza es una actitud de honor. Las personas se extralimitan al aceptar — o dar, dependiendo del rol que se juegue— todo tipo de favores, tanto económicos como de otra índole, como si fueran un regalo del cielo o se lo merecieran por el solo hecho de existir.

Pretenden hacer creer a los demás que están actuando correctamente y por ningún motivo aceptan su embarazosa aberración, ofreciendo una fachada falsa que surge de un nivel más profundo o inconsciente, sin ser auténticos, mucho menos éticos.

Dentro de las relaciones nocivas de pareja —sean lícitas o no— existen dos tipos de personas, las que están centradas en el placer y las que están centradas en el poder.

El mensaje: “Te amaré si…” lo que hace que una persona piense que no merece el amor o que debe complacer a otro para merecerlo. La elección requiere un elevado grado de conciencia. Sin ella no hay elección. El poder de elegir implica adquirir la responsabilidad de esa elección. La libertad y la responsabilidad son alas del mismo pájaro.

Desafortunadamente, si nos centramos exclusivamente en el placer y tenemos una personalidad adictiva caeremos en un culto y una persecución de placer que, finalmente, destruirá nuestra capacidad de experimentar placer, aunque suene paradójico. El deseo natural de placer debe rendirse y dedicarse a la conducción de buscar significaciones.

Cuando nos centramos en el placer, vendemos nuestros valores y muchas veces sacrificamos hasta la familia, por la cantidad de placer que podemos obtener, por lo que se intenta evadir ansiedad, culpa y dolor.

Para quien busca placer, la pregunta es ¿qué tanto placer me puedes proporcionar? una vez que la persona, pierde la capacidad de proveer placer (lo cual es inevitable) pierde su valor y se desecha para encontrar un sustituto que pueda ser más placentero. Por lo que algunos se enfocan en el “enamora-miento” que parecería ser un área no dañina para buscar placer. Desafortunadamente no es así. Este es un juego peligroso.

Después de todo, la intensidad es la que cuenta en el placer y la persona cree estar realmente enamorada. Cuando esa intensidad disminuye, el amor también se va. Esto hace que su vida y sus relaciones sean extremadamente volátiles.

Conforme mueren los sentimientos, entran en crisis y declaran a su amor herido de muerte y revisan sus sensaciones personales buscando diferentes caminos de placer. Este momento del amor puede ejemplificarse en parejas abusivas donde la intensidad se manifiesta como violencia, explicada como prueba de amor “me pega porque me ama”.

Actúan como depredador; cazan, comen, duermen y vuelven a cazar, nada satisface su hambre de placer. Quienes lo buscan permanecen merodeando por algo nuevo, más grande y con mejores componentes placenteros. El resultado final: dolor, lo que precipita más el aburrimiento y la depresión.

Por otra parte están las personas centradas en el poder: Todos utilizamos el impulso por poder diariamente. Es una herramienta de supervivencia y de crecimiento. Cuando se convierte en un enfoque estricto, cuando buscamos el poder por el poder y cuando estamos atrapados en nuestra necesidad de control, nos lleva a buscar algo que nos haga sentir poderosos.

La sensación que produce, seduce y ven en el poder mismo una fuente de bienestar y seguridad. Cuando no se tiene el poder, se sienten mal, pierden confianza y son vulnerables. Sentirse así es una condición de desnudez que inmediatamente tratan de cambiar para detentar nuevamente el poder. Pueden física o verbalmente intimidar o manipular para salirse con la suya o argumentar sin parar hasta ganar. El resultado es el pánico de la evidente pérdida de control.

Estar equivocado es signo de falla y debilidad y eso les aterra y los vuelve vulnerables, se sienten amenazados y se transforman en un depredador que sólo busca poder y dominio. Si no controlan, atacan. Requieren estar en lo correcto, lo que construye un sentido de seguridad falso que les infla el ego. Esa ganancia de poder, como los vientos elevados del tornado, se dirige a la destrucción.

En la relación, el dominante es codependiente de la parte sometida, lo que funciona al revés de lo deseado, el poder, lo tiene el sometido sobre su dominador; sin esta conexión vital el dominador pierde su identidad, y por debajo de la superficie se cuelan la rebelión y la resistencia. Ambos temen cualquier ruptura o cambio en la relación. El resultado final: miedo. masryram@msn.com

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