El cincuate

Aurea Leticia Reza Patiño
Una vez, después de acompañar a Alicia la hermana mayor de mi madre en sus nostalgias, salí al patio. Justo en esos momentos mi abuelo y varios peones regresaban  de la milpa, los caballos venían repletos de  pastura. Los trabajadores arrojaron la hierba a un lado de los chiqueros, la extendieron para templarla, ya que a las reses nunca se les da alimento caliente  pues se avientan: se les inflama el estómago y  mueren. Delante de los cochineros, a un lado de la caballeriza, estaba el corral de las vacas. No recuerdo si había gallineros, pues los pollos y gallinas andaban sueltos; sin embargo, a un cuarto grande construido con piedras le decían “el gallinero”, aunque ahí vivía Felipe “el guarín” con su familia. Yo andaba distraída, tristona, absorta, por eso no me percaté de que atrás de mí una serpiente  se disponía a  atacarme. Al grito de uno de los hombres voltee ¡por poco me muero de espanto! ¡Maldito animal ponzoñoso!  Venía entre el forraje. La mataron antes de que pudiera morderme o hacerme no sé qué cosas  ¡hasta ahora me dura el susto! Claro que yo  conocía bien a las culebras, vivíamos a la  orilla de un cerro y las víboras bajaban al terreno de mis padres con demasiada frecuencia. Había de cascabel y chirrioneras  o chicoteras, por lo menos esas son las que llegué a ver. Las chirrioneras no son venenosas solamente te dan golpes a manera de latigazos que duelen mucho. Como si te chicotearan con una reata. Además de inofensivas son muy rápidas y se escabullen con facilidad. Yo jamás lastimé a alguna; las hallaba muertas, tiradas en el camino, al instante agarraba un palito y jugaba con ellas.
Las de cascabel sin duda son venenosas, pero su resuello es armonioso, enigmático, lo cierto es que  cuando estás en la milpa y por el cascabeleo descubres la presencia del reptil ¡te paralizas! Una vez, familiares cercanos de mi mamá vinieron a nuestra casa para festejar la primera comunión  de una de sus hijas, pues vivían en un departamento pequeño en dónde  no cabían los invitados. No recuerdo si la misa se celebró en la capilla del pueblo o en otro lugar, el caso es que los niños convidados  se fueron a   jugar al cerro con mis hermanos. Yo no fui, para entonces  no me agradaba mucho convivir con las personas, me pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en mi recámara hojeando revistas de cualquier  tipo o leyendo lo que encontraba. Bueno, pues aquel día estaba enclaustrada en la recámara cuando de repente escuché gran alboroto, salí de inmediato para enterarme de algo irrisorio: la agasajada mostraba a todos los presentes los cascabeles de una víbora y presumía de haber matado al animal para hurtárselos. No lo creí. ¡Esa chamaca citadina se hubiera muerto de miedo ante la serpiente! De seguro encontró los cascabelitos tirados por ahí, los levantó –sin saber de qué se trataba- y vio la ocasión de inventar una historieta donde ella fuese  la estrella ¡puras monadas! No es remoto que haya encontrado los cascabeles porque los pastorcitos tenían como diversión matar a las culebras para quitárselos o para utilizar su epidermis en la hechura de  un cinturón,  casi siempre sacrificaban a las más pequeñitas.
Los cincuates (del náhuatl cincoatl, centli.- maíz y coatl.- serpiente: “serpiente de maíz”) sí  me daban pavor. Su mordedura no es tóxica pero se te enredan a las piernas o a los brazos hasta asfixiarte y si los miras fijamente a los ojos son capaces de hipnotizarte. Se arrastran sobre los surcos de las milpas, mudan su piel de escamas áureas y negruzcas hundiéndose en los varales. Las burdas pisadas de los campesinos los estremecen, se apartan, buscan el árido calor de los corrales, la tibieza  de los petates, o  el cobijo  de los jacales. Los reptiles  machos son como hombres: les gustan las mujeres, les silban, las enamoran, las celan, las embarazan –al menos eso aseguran muchos lugareños- ¡diablos! Los cincuates hembras les silban a los varones, pero nada más. Los machos son más peligrosos, dicen que cuando hay un crío en casa, el cincuate con su vaho  adormila a la madre, chupa las tetas de la mujer mientras al pequeño le coloca su cola a  manera de chupón, por eso muchos bebés tienen granitos en la boquita o salpullido en el pecho. Manea a  las vacas y se prende a las chichitas para beberles la leche. De niña escuché muchas historias que me impactaron, se siguen contando pero los niños ya no son tan inocentes como éramos antes, es más algunos seguimos considerando esos cuentos como verdaderos.
Recuerdo los siguientes  relatos: una muchacha del pueblo nunca salía de su vivienda,  aparte de   su padre y hermanos no tenía relación con otras personas, jamás se le conoció novio o pretendiente alguno. Ella se encargaba de las labores caseras mientras los hombres salían a trabajar al campo. Un buen día notaron que la chica estaba preñada. El papá la golpeó. Los hermanos pedían les dijera el nombre del canalla  que los había mancillado, pero ella no decía nada, sólo lloriqueaba, por este motivo decidieron espiarla y así descubrir la verdad. La mañana transcurrió con la jornada de costumbre. A las doce del día se escuchó  un chiflido, de inmediato la muchacha subió al tapanco, se tiró sobre el maíz y se durmió, después apareció un cincuate, el cual se echó sobre la chica. Los coléricos familiares no lo pensaron mucho y lo mataron.  Localizaron el nido en la parte superior del lugar, ahí encontraron  pantaletas, sujetadores, objetos personales  de la muchacha. La mujer murió al dar a luz, ¡dicen que parió  viboritas! También escuché que una señora casada resultó embarazada por un cincuate, decían que una pareja de recién casados cuidaban una huerta de manzanas –contaban que el dueño  poseía un cincuate  para resguardar los árboles. El animal con su vaho dormía a la mujer a diario mientras el esposo realizaba su faena. Ella se veía muy mal y le iba creciendo el vientre, como pensaban que estaba encinta lo tomaron como cosa normal. Un día el marido llegó temprano, vio cuando el animal salía, lo persiguió y lo mató. ¡La pobre mujer parió viboritas! El médico que la atendió se las llevó para tenerlas en observación. ¡Sólo Dios sabe lo que pasó después porque el galeno jamás regresó y el matrimonio desapareció del pueblo!  De igual forma contaban que un hombre desconfiaba de su esposa porque  ella siempre estaba fastidiada, lejana, además se negaba a tener relaciones íntimas. Afligido  platicó con su compadre, así pues decidieron vigilar a la presunta infiel. Pasaron varios días y nada, no se veía llegar ningún galán, entonces resolvieron entrar a la casa sin avisar,  menuda sorpresa se llevaron: sobre la cama se encontraba la mujer acostada boca arriba con los pechos desnudos, encima de ella el cincuate chupándole una chichi. Enfurecido el marido sin piedad alguna mató a machetazos al animal. Poco tiempo después la señora murió de tristeza, dicen que  añoraba al inusual amante.
Para ir a la escuela o a cualquier parte debía recorrer un interminable camino rodeado de milpas, entonces, todo el tiempo imaginaba que un cincuate me silbaba, que me observaba, ¡era horrible! Como la casa estaba a la orilla de un cerro en el cual abundaban estos reptiles, mi mamá de manera frecuente quemaba zapatos viejos para ahuyentarlos, y nos decía que en época de la regla tuviéramos más  cuidado porque esto los atraía. Dos muchachos ayudaban a mi madre a ordeñar las vacas o a dar de comer a los otros animales, la presencia de estos hombres nos proporcionaban cierta seguridad. Una ocasión, al regresar del colegio, casi a la entrada de la casa encontré a un cincuate colgado de un durazno. Dicen que iba a subir al corredor pero un tío lo vio y lo mató, como no sabía qué hacer con él, lo colgó del árbol. Ahí quedó el pobre por no sé cuánto tiempo.
Ahora, después de tantos años, entiendo que los mamíferos tenemos lengua y labios musculosos para adaptarse al pezón sin lastimarlo y la lengua de las serpientes es delgada, bífida, su hocico rígido con dientes agudos jamás podría ser el adecuado para mamar; comprendo lo ilusorio de las historias narradas, sin embargo, en aquel tiempo para mí eran convincentes, tan reales como el temor a que un cincuate me embarazara. ¡Dios Santo!

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